Quién era Thomas Sanford, el veterano de guerra que cometió una masacre en una iglesia mormona
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Quién era Thomas Sanford, el veterano de guerra que cometió una masacre en una iglesia mormona

La historia de Thomas Jacob Sanford revela una vida marcada por el trauma, las dificultades personales y un giro oscuro que terminó en tragedia

Eran las 10:25 de la mañana del domingo cuando el sonido seco de los disparos rompió la calma de los feligreses reunidos en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en Grand Blanc, Michigan. Ocho minutos después, el atacante estaba muerto tras un intercambio de disparos con la policía. El saldo: cuatro personas asesinadas, al menos ocho heridas, un templo reducido a escombros y una comunidad en estado de shock.

El autor de la masacre fue identificado como Thomas Jacob Sanford, de 40 años, residente de Burton, una localidad cercana. Veterano de la guerra de Irak, cazador aficionado y padre de un niño con una enfermedad rara, Sanford representa un perfil complejo que combina elementos personales, sociales y culturales que ayudan a entender —aunque no justificar— cómo un hombre común terminó protagonizando uno de los episodios más sangrientos del año.

De joven de pueblo a infante de marina
Nacido y criado en Burton, Michigan, Thomas Jacob Sanford creció en un entorno típicamente estadounidense del Medio Oeste: escuelas públicas, fútbol los viernes por la noche y caza en los fines de semana. En 2004, con apenas 19 años, se alistó en el Cuerpo de Marines de los Estados Unidos.

Su carrera militar estuvo marcada por un despliegue decisivo: al-Fallujah, Irak, en 2007, uno de los escenarios más intensos de la ocupación estadounidense. Allí, como parte de una unidad de infantería, Sanford presenció y participó en operaciones urbanas que dejaron profundas secuelas físicas y psicológicas en miles de veteranos.

Su padre lo describió entonces como “un chico de casa, orgulloso de servir a su país”. En 2008, tras alcanzar el rango de sargento y recibir varias condecoraciones, dejó el cuerpo militar y regresó a Michigan. La transición, sin embargo, no fue fácil.

Una vida civil marcada por el trauma y las dificultades
Como muchos veteranos, Sanford regresó a un país muy diferente del que había dejado. Las oportunidades laborales eran escasas, el costo de vida aumentaba y el apoyo psicológico para excombatientes seguía siendo insuficiente. Se empleó como operador de camiones y trató de rehacer su vida.

En 2016, se convirtió en propietario de una pequeña casa en Burton, donde formó una familia. Fue entonces cuando su vida dio un nuevo giro: su hijo, Brantlee, nació con hiperinsulinismo congénito, una enfermedad rara que obliga al páncreas a producir niveles peligrosamente altos de insulina.

“Fue una pesadilla”, declaró Sanford en una entrevista local en 2016. “Pasé cuatro años en el Cuerpo de Marines y estuve en Irak, y esto sigue siendo lo más difícil a lo que me he enfrentado”.

La enfermedad del niño obligó a la familia a enfrentar prolongadas hospitalizaciones, cirugías costosas y una carga económica abrumadora. Sanford pidió licencia en su trabajo y recurrió a campañas de recaudación en línea para costear los tratamientos. Esa presión financiera, sumada al estrés emocional, marcaría un punto de inflexión.

El veterano que nunca volvió del todo
Diversos estudios han documentado el impacto del trastorno de estrés postraumático (TEPT) en veteranos de guerra, especialmente aquellos que participaron en combates urbanos como los de Fallujah. Aunque Sanford nunca fue diagnosticado públicamente, amigos y vecinos señalaron cambios en su personalidad a lo largo de los años: retraimiento, irritabilidad y un creciente desdén por las instituciones.

“Jake era amable, pero se volvió más cerrado. No hablaba mucho y evitaba las reuniones sociales”, contó un antiguo compañero de trabajo. “A veces parecía que seguía allá, en Irak”.

A esto se sumaron señales de radicalización ideológica. En publicaciones de redes sociales, Sanford posaba con camisetas de campaña de Donald Trump y compartía consignas como “Make liberals cry again”. En el jardín de su casa, una bandera en apoyo al expresidente ondeaba incluso en 2025.

Aunque el hecho de expresar opiniones políticas no implica un vínculo con la violencia, expertos en extremismo advierten que algunos veteranos encuentran en las narrativas polarizadoras un canal para su frustración y enojo acumulado.

Cazador, padre, vecino… y asesino
Quienes lo conocían hablan de un hombre que, en apariencia, llevaba una vida ordinaria. Era habitual verlo en el bosque durante la temporada de caza o en lagos helados durante el invierno, pescando. Las fotos que compartía en redes sociales lo muestran sonriente junto a sus capturas, como cualquier aficionado al aire libre del Medio Oeste.

Sin embargo, esa fachada ocultaba un mundo interior fracturado. El estrés financiero, el agotamiento emocional por la salud de su hijo y el resentimiento hacia un sistema que percibía como injusto se fueron acumulando como capas invisibles.

El 21 de septiembre, Sanford condujo su vehículo hasta el templo mormón de Grand Blanc, irrumpió armado con un rifle de asalto y abrió fuego contra los feligreses. Luego, según la policía, prendió fuego deliberadamente al edificio, desatando un incendio que provocó el derrumbe parcial del templo. Murió minutos después, abatido por los agentes en el estacionamiento.

Una violencia que no es un hecho aislado
El caso Sanford no ocurre en el vacío. Es el tiroteo masivo número 324 en lo que va de 2025 en Estados Unidos, según el Gun Violence Archive. Solo ese mismo fin de semana hubo otros dos ataques masivos, uno de ellos también perpetrado por un veterano de la Marina.

El patrón es inquietante: hombres blancos, alrededor de los 40 años, con entrenamiento militar, antecedentes de trauma psicológico y acceso a armas de asalto. En muchos casos, el deterioro mental y la radicalización ideológica se entrelazan con factores personales como deudas, rupturas familiares o enfermedades graves.

“La historia de Sanford es la historia de muchos veteranos que regresan del combate y nunca logran reintegrarse plenamente”, explica el sociólogo Michael Shapiro, experto en violencia armada. “Cuando esa desconexión se combina con frustraciones acumuladas y acceso a armas letales, el resultado puede ser devastador”.

Hasta ahora, las autoridades no han establecido un motivo claro para el ataque. La investigación federal, liderada por el FBI, continúa analizando evidencia, incluyendo tres artefactos explosivos improvisados (IED) encontrados en el vehículo de Sanford.

Algunos analistas apuntan a un posible componente ideológico; otros, a un estallido impulsado por un estado mental deteriorado. Tal vez ambas cosas se cruzaron en la mente del exmarine.

Lo cierto es que Thomas Jacob Sanford no fue un monstruo en el sentido tradicional. Fue un hijo, un padre, un soldado, un trabajador. Fue también un hombre quebrado por el trauma, las circunstancias y sus propias decisiones. Esa complejidad no lo absuelve, pero ayuda a entender cómo alguien condecorado por servir a su país pudo convertirse en su verdugo.

Las heridas que no se ven
Mientras Grand Blanc intenta sanar tras la tragedia, el nombre de Sanford se suma a la lista de veteranos que regresaron del frente con heridas invisibles. Su historia plantea interrogantes profundos sobre el acceso a la salud mental, el control de armas, el papel de la polarización política y el abandono que sienten muchos exmilitares al volver a la vida civil.

“Lo más aterrador”, resume Shapiro, “es que detrás de cada Thomas Sanford puede haber decenas más caminando entre nosotros, cargando con un pasado que nunca termina de irse”.

Fuente: NOTI7

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